martes, 2 de septiembre de 2008

EL FINAL DE LAS SARDINAS. VOLVERÁ LA PRIMAVERA Y CON ELLA DE NUEVO LAS SARDINAS.

LUNES 1 DE SEPTIEMBRE DE 2008:
Aquello fue un error imperdonable y más propio de un cabeza de chorlito. Sabiendo, como sabía, que los meses con erre, o con ere, en el nombre del mes, no son meses en los que las sardinas estén buenas, ayer lunes quise rizar el rizo y ver si era cierto.
Compré, tal vez, las ultimas sardinas antes de la próxima primavera, en la gran superficie a la que suelo acudir. Tenían buena pinta, aunque muchas escamas desparramadas por doquier del recipiente que las contenía en la pescadería. Como buen pescador submarino que soy, no acostumbro a dejar que el pescado adquirido en pescaderías me tome el pelo. Así que a las sardinas de ayer, les inyecté una mirada escrutadora directamente a la yugular de sus pupilas. No advertí en ellas otra cosa que, tal vez una noche ajetreada, transportadas de barcos de otros países a camiones noctámbulos, que atravesando media España, llevan su mercancía las madrugadas del domingo al lunes, a todas las pescaderías de las mega superficies. Supuse que, aquellos ojos de aquellas sardinas, eran los propios de una mala noche, sin descanso y de fiesta de carretera a más de cien km. por hora, a un frió que se las pela. Eso, sin contar con aquello de que los meses que llevan erre, son malos para las sardinicas.
Soy cabezón empedernido e irrebatible, en aquellas situaciones en que la lógica me hace ver lo blanco, blanco y lo negro negro, sin admitir conversión alguna de mis propias ideas contundente mente ciertas. Esa característica, tal vez, fue la que ayer me impulsó a comprar sardinas en contra de todas las advertencias que la historia ha dado sobre el mundo sardinero. Incluso un comprador que ayer pasaba junto a las sardinas, dijo algo así como: "Que raras parecen esas sardinas". En aquel momento dejé de mirar a las sardinas y mire al comprador que miraba, a aquellas preciosas sardinas, por encima del hombro y sin detenerse, se alejó sin comprar ni una. Yo, creyéndome rebosante de sabiduría sardinera, piqué el anzuelo del producto bien expuesto y compré un kilo de aquellas sardinas. Medio para cocinarlas el lunes y el otro medio kilo para hacerlas el martes.
El fracaso fue estrepitoso, no se aún como conservo las sardinas para hacerlas hoy, cuando las de ayer estaban tan malas. Estaban deshilachadas, blandas, no estaban tersas y duras, ni tenían el sabor de sus congéneres del mes de agosto. He de decir y digo que, tal vez las sardinas sean como las golondrinas, que volverán con la primavera. Hasta entonces, adiós sardinas.
El resto de alimentos, igual que todos los días.

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